Text de José María Toro (Maestro. Escritor. Formador y conferenciante)
“Danza, todo danza.
El movimiento de la vida es un baile sagrado donde cada paso es único y singular
y cuyo escenario por excelencia es el corazón.
No hay danza sin bailarines y no hay baile sin alegría de vivir.
Danzar es permitir que la emoción se mueva y que la energía se estremezca
construyendo siluetas y formas que se deshacen tan pronto como son trazadas.
La danza es el cuadro que se dibuja en el lienzo del espacio con los pinceles de los brazos,
de las piernas y de los dedos.
La danza es una escultura modelada a base de miradas, caricias y sonrisas
esculpidas con el cincel de la música.
La danza es la escultura que modela la carne humana dinamizada por el espíritu que la habita,
es arquitectura en movimiento, edificios que se desplazan para encontrarse
y generan paisajes de belleza.
La danza es la música que se escucha por los ojos, movimiento habitado, presencia consciente,
presente absoluto, regalo para quien la ejecuta y para quien la contempla.
Danzar es mover la energía, movernos, rejuvenecernos, recrearnos y sanarnos.
La danza es curativa en cuanto es una invitación a fluir, a dejarnos llevar
y nos aligera de los pesados fardos que nos abruman.
Es preciso recuperar la danza como ritual cotidiano,
como movimiento doméstico y como fiesta ordinaria.
En las casas y en las escuelas se baila poco.
Es otro modo de decir que son espacios faltos de vida y alegría
No sólo se trata de incorporar la danza como una actividad más sino de entender
que enseñar es hacer bailar las letras, los números, las ideas y las palabras
en el corazón de un niño para que allí puedan ser acogidas
como celebración y exaltación de la Vida que somos.
Educar es trazar coreografías de luz y de energía
en el sagrado escenario del corazón humano,
es hacer danzar los valores humanos que nos hacen divinos, es bailar con el otro,
junto al otro y, sobre todo, hacia al interior de uno mismo.”
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